En la actualidad, en las escuelas de la actualidad, en las infancias y juventudes, conviven formas de educar, enseñar y aprender que han quedado lejos de lo que hoy necesitamos o de lo que hoy somos. En este artículo voy a recorrer distintos conceptos y formas que nos hacen pensar una escuela apta para la enseñanza de las alumnas[1] de hoy, una enseñanza apta para las docentes de hoy, centrándome en las relaciones que tienen las mismas ¿Qué sucede cuando educadora y estudiante se encuentran? Como nos dice Greco (2013) «¿Pasa efectivamente algo entre los sujetos que enseñan y los que aprenden?»

Me interesa la relación con la autoridad que educadoras y estudiantes tienen, las distintas formas de verla y como esta funciona (o no) en las escuelas. Retomo lo que nos dice Greco en la conferencia "Autoridad pedagógica" (2019), la autoridad proviene de “ser autor y hacer crecer, aumentar”, pero ¿ser autor en qué sentido? creo importante mencionar dos tipos de construcción de autoridad que hoy conozco.

El primero, funcional a modos de producción capitalistas, comienza tiempo atrás cuando nuestra sociedad se estaba desarrollando como tal. Esta autoridad, (a mi parecer y de algunos autores y autoras que he leído, errado en lo que la autoridad realmente es y hace) es una autoridad, valga la redundancia, autoritaria, que impone, que confunde miedo con respeto y que disciplina, acomoda lo que debería una “futura ciudadana”, ser. Relacionándolo con lo que nos dice Antelo (2008) sobre “mandones y tribunales supremos” es una autoridad patriarcal, tema interesante para desarrollar en otra oportunidad.

“La autoridad se vuelve autoritaria cuando fija las posiciones de manera inconmovible, cuando considera que a priori ya están jugadas las capacidades y posiciones de cada uno, cuando no habilita la palabra, cuando no permite moverse, crecer, mirar las cosas desde otras perspectivas.”
(Dussel, 2009)

Este tipo de autoritarismo del terror ha creado rechazo a cualquier indicio de autoridad, principalmente por parte de las jóvenes estudiantes, encontrando esta forma que ordena y somete como única autoridad posible. Es en este sentido, que me interesa ampliar el segundo tipo de construcción, al que creo más acertado para hablar de la autoridad en el ámbito educativo. En este caso, la autoridad (para ser reconocida como tal) debe ser habilitada por la otra, el eslabón más débil: la alumna o “aprendiente” (Greco, 2013). Es una autoridad que es aceptada por aquella que va a ser parte de la misma, «autoridad en lo educativo se vuelve autorización» (Greco).

Esta autoridad no deja de implicar una asimetría entre quien la ejerce y quien la recibe, por el simple hecho de que quien está aprendiendo, se está transformando constantemente y está «"ensayando" cómo procurarse un lugar desde el cual pararse para afrontar el mundo de los adultos» (Zelmanovich, 2003); como hay jerarquías también hay límites, pero estos límites son aquellos que permiten libertad, emancipación. La autoridad requiere un vínculo, escuchar a la estudiante, verla, habilitarla como otra y respetarla; este vínculo al ser “autorizado” por la estudiante implica reciprocidad en la confianza y el respeto los que, al mismo tiempo, permiten habilitar a la estudiante aquella autoridad. Se «retro-habilitan».

“Para los estudiantes se trata de profesores que logran advertirlos, que dan señales de que sus alumnos les importan, que no les da lo mismo que sus alumnos estén o no en sus aulas, que estudien o no con ellos, que saben, que los encaran, les ponen límites, los guían.”
(Noel, 2009)

Pero ¿Qué se necesita para esta forma bien cuidada de ser autoridad? En lo educativo es la adulta quien es autoridad ¿Por qué lo es? ¿Qué implica ser educadora?
Existe una profesora, una maestra (a la cual no puedo llamar educadora) que no tiene tiempo, que no frena, que quiere llegar con el programa, que no mira, que no se relaciona.

Es esta profesora sin embargo, quien sí pide silencio, pide que sus alumnas se saquen la gorra, que no coman en clase, es esta profesora quien impone una «autoridad sin amor» (Antelo, Pag.2)

Ya nos dice Paulo Freire (1994) que es imposible enseñar sin la capacidad bien cuidada de amar, que ser maestra es atreverse a amar sin ser llamada blanda o acientífica. Ser maestra, educadora, también es poner el cuerpo, implica responsabilidad y deber, capacitación permanente y constancia en lo que se hace, porque se ama lo que se hace y se hace a pesar de, lo que el mundo tenga para darnos. Por esto, ser maestra es político. Es transmitir y compartir el saber pero también «el deseo de saber» (Rattero, 2013), es compartir y presentar lo desconocido, lo que incomoda, es interrumpir lo ya dicho… es, como nos dice Rattero «un encuentro que fuerza a pensar, un modo de la sensibilidad y de la pasión con respecto a aquello que conmueve al alma y la deja perpleja.»

En esta clave de enseñanza que defiendo, entonces, podemos pensar una escuela donde las educadoras tengan formación, responsabilidad, experiencia, confianza, pasión y autoridad "amorosa", lo cual puede resultar en una transmisión bien lograda y un "aprendizaje amoroso" de parte de las alumnas. Porque enseñar es transmisión, y para transmitir se necesita una autoridad que habilite a la otra a pensar(se), que habilite su subjetividad...



UNA
AUTORIDAD
AMOROSA
en las escuelas y desde las escuelas
¿Cómo pensamos la tarea de la escuela y el lugar del adulto en clave de enseñanza, responsabilidad y cuidado? ¿De qué forma estos conceptos permiten analizar y pensar situaciones de enseñanza? ¿Qué modos de construir autoridad proponemos? ¿Por qué?
Carmela Margüello
Universidad Nacional de Entre Ríos
Licenciatura en Ciencias de la Educación

Trabajo Práctico Eje IV

Problemática Educativa

Equipo de cátedra:
Carina Rattero
Mariana Saint Paul
Ayelén Putero

9 de noviembre de 2020
BIBLIOGRAFÍA
Ilustraciones de Emmanuelle Houdart
[1] Este articulo está escrito en femenino en alusión a las personas, todas, sin distinción de sexo, como marca el Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.